Nezahualcoyotl (México)
Rey de Tezcoco ciudad-estado (tribu) asociada al imperio mexicano. Sabio respetadísimo entre los aztecas fue también poeta.
Tecayehuatzin y Nezahualcóyotl
Le tocó vivir en la época de la conquista, por ello coetáneo de Moctezuma. Su poesía ha sido estudiada y traducida por José Luis Martínez que escribió un libro (Nezahualcóyotl: vida y obra) sobre él. De allí extraemos unos bellísimos fragmentos que aquí se asientan tal como lo hicimos en nuestro libro El Simbolismo Precolombino. Debemos recordar que estos poemas se dramatizaban a coro, e incluso algunos eran objeto de bailes rituales.
Se trata de la imagen de la deidad que poseía el rey, al igual que los diferentes sabios aztecas:
No en parte alguna puede estar la casa del inventor de sí mismo. / Dios, el señor nuestro, por todas partes es invocado, / por todas partes es también venerado. / Se busca su gloria, su fama en la tierra. / Él es quien se inventa a sí mismo: Dios. / Por todas partes es también venerado. / Se busca su gloria, su fama en la tierra.
Este inventor de sí mismo es, por cierto, un artista creador:
Oh, tú con flores / pintas las cosas, / Dador de la Vida: / con cantos tú / las metes en tinte, / las matizas de colores: / a todo lo que ha de vivir en la tierra! / Luego queda rota / la orden de Águilas y Tigres: / ¡Sólo en tu pintura / hemos vivido aquí en la tierra!
Esta concepción de la vida como la actividad del pincel divino se refleja en el hombre que:
En la casa de las pinturas comienza a cantar, / ensaya el canto, / derrama flores, / alegra el canto.
Resuena el canto, / los cascabeles se hacen oír, / a ellos responden / nuestras sonajas floridas.
Derrama flores, / alegra el canto.
Sobre las flores canta / el hermoso faisán, / su canto despliega / en el interior de las aguas.
A él responden / varios pájaros rojos, / el hermoso pájaro rojo / bellamente canta.
Libro de pinturas es tu corazón, / has venido a cantar, / haces resonar tus tambores, / tú eres el cantor.
En el interior de la casa de la primavera / alegras a las gentes.
Homologar el universo con una casa de pinturas –al igual que aquélla donde se guardaban los códices–, la biblioteca y pinacoteca divinas, y al hombre como capaz de recrear el canto universal (ser su bardo o ministro), es una explosión de formas y colores, algo deslumbrante. Es concebir al mundo –y a nuestro paso por la vida– como una permanente obra de arte donde se proyectan indefinidas imágenes cambiantes, igualmente bellas y fantásticas, así estén coloreadas por la dicha o la tristeza, por el florecimiento de la paz o por la dramática batalla cósmica. José Luis Martínez escribe:
… la vida le parece a Nezahualcóyotl semejante a los libros pintados y el Dador de la Vida actúa con los hombres como el tlacuilo que pinta y colorea las figuras para darles vida. Pero, al igual que en los libros, también los hombres van siendo consumidos por el tiempo:
«Como una pintura / nos iremos borrando, / como una flor / hemos de secarnos sobre la tierra, / cual ropaje de plumas / del quetzal, del zaguán / del azulejo, iremos pereciendo.»
Nada puede hacerse contra ello, todos pereceremos, de cuatro en cuatro, y esta vida fingida del libro que la divinidad pinta y borra caprichosamente es nuestra única posibilidad de existencia.