DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

Introducción

 

Desde luego que el afirmar que esto es tal cual yo lo digo, punto por punto, no es propio de un hombre sensato; pero lo que he dicho de las almas y sus estados y que existen estas cosas como yo las he enunciado –aunque podrían expresarse de manera parecida–, y en el supuesto de ser el alma inmortal, puede asegurarse sin inconveniente que es así; y ya que vale la pena de correr el azar de creerlo –pues el riesgo es hermoso– no dudemos en entregarnos y de ese modo encantarnos a nosotros mismos. (Platón, Fedón,, 114d).

Cada diccionario tiene el problema, en primer lugar, en la selección de los términos que se van a desarrollar. Más aún un diccionario sobre símbolos ya que éstos no sólo son múltiples sino también polivalentes, es decir tienen muchos significados que se superponen los unos a los otros sin que sean, por eso, todos igualmente verdaderos. Pero no es el momento de hablar estrictamente sobre símbolos, lo que el lector encontrará en la entrada correspondiente –y en todo el diccionario–, sino la de explicar las características de este tratado que hoy damos a luz.

La palabra tratado, que acabamos de mencionar, aún puede ser equívoca porque debido a la razón apuntada más arriba creemos imposible tal tarea. Tampoco corresponde la de glosario o vocabulario ni pretendemos que este libro sea una obra de consulta para ser estudiada y buscada en los últimos estantes, almacenada como palimpsestos en viejas bibliotecas y tampoco que la tenga el estudiante en su mesita de noche, al lado de la cama, como en los hoteles americanos donde la Biblia cumple esa función. Creemos inclusive que este diccionario puede ser leído de la A a la Z como un libro cualquiera y esperamos que sea lo suficientemente afortunado como para que más de uno emprenda su lectura escogiendo esta o aquella parte de modo sucesivo o eligiéndola al azar. Por lo tanto es un diccionario de autor, como todos los que conocemos, aun se trate de repertorios de la lengua, de la rima, de sinónimos o de etimologías, de los cuales hay varios ejemplos en castellano y que siendo análogos entre sí se diferencian por los propios autores que los llevaron a cabo (Casares, Cuervo, Bello, María Moliner…), o por las editoriales que los produjeron (Diccionario de la Real Academia, Vox, Sopena, Aguilar, etc., etc.).

También hoy en día se cuenta con distintos diccionarios de símbolos, uno de ellos originalmente escrito en castellano, el de J. E. Cirlot, cuyo esfuerzo ayudado por su erudición pudo realizar una obra muy bellamente ilustrada cuando la simbólica no existía aún en España, y donde los grandes maestros de este arte eran ignorados por las minorías catalanas presuntamente cultas. Su diccionario, el único que había en castellano, ha sido muy tratado, habiéndose traducido al inglés y publicado en Estados Unidos y del cual se cuenta a día de hoy con varias ediciones desde la de editorial Labor (1969) hasta la actual de Siruela. Hay otros varios traducidos, del que a nuestro gusto es el mejor el que recomendé hace años para su publicación a la editorial Herder que sacó en un solo tomo los cuatro del Dictionnaire des symboles de la editorial Robert Laffont y también de la Júpiter, París, 1969, dirigido por J. Chevalier y A. Gheerbrant al frente de un excepcional número de colaboradores de orden tradicional en cuyas páginas está presente la obra de René Guénon, el más importante autor sobre símbolos del siglo XX-XXI y del que se han servido casi todos los autores universitarios conocidos como: Mircea Eliade, Henry Corbin, Ananda K. Coomaraswamy, Adrian Snodgrass, J. C. Cooper, J. Godwin, Alan Watts y un larguísimo etc…, pertenecientes a distintas Tradiciones, puntos de vista y enfoques, en los que nos sentimos comprendidos.

Tampoco es un compendio en el sentido que tiene esa palabra de modo general, o sea el de poner ante el gran público de manera simplificada conceptos y temas al alcance de la mano para todo lector. Desde luego, hemos tratado de sintetizar –y de hecho creemos haberlo realizado así– los temas que mostramos, muchos de los cuales exigen mayores explicaciones o expansiones, pero no de una vana erudición interminable.

Por otra parte, la consulta a cualquier diccionario es siempre insuficiente y por eso hemos querido que este lexicón tuviera una estructura circular, cosa que se evita en otros diccionarios, donde se quiere expresar de una sola vez los conceptos vertidos, como si fuesen definiciones. Nosotros preferimos que una entrada lleve a otra y ésta a una tercera para que entre todas, cercando el tema, pudiera obtenerse la comprensión de lo que se informa. Pues ello es una manera de ligar analogías y correspondencias que producirán un concepto más cabal del asunto el cual de por sí es casi imposible de definir exactamente, ya que si cualquier expresión es simbólica todo en el mundo lo es –cuestión que es valedera para nosotros–, y por lo tanto no es posible aprisionarla en un texto del que se evadiría necesariamente. Lo mismo sucede con los temas misteriosos que son indefinidos y en realidad con alguna entrada de este diccionario, que sólo pretende ser una herramienta para la comprensión de estos misterios, lo cual logrará cada lector –o no– en la medida de sus posibilidades del modo en que las puede brindar una obra de esta naturaleza: pistas o rastros a seguir en un camino inmenso al punto de lo indefinido. Surtido.

Es por lo tanto este un intento pretencioso en cuanto a la ayuda que ofrecería a un estudiante de estos temas, o a los que se acercan a ellos conociendo aunque sólo fuera algunas de las claves que existen sobre este incalculable mundo. Pero pensamos al mismo tiempo que siendo esta obra inacabada –como es también inconclusa cualquier obra, comenzando por la Creación Universal–, a ella el lector debe agregar su comprensión, la que se verá fortalecida por sus antiguas lecturas sobre el temario que aquí se trata y en general por la amplitud de su cultura en varias disciplinas diversas, sin ninguna especialización.

En este sentido se ha querido llenar vacíos que hemos encontrado en otras obras del género, aunque se comprenderá que son inevitables algunas reiteraciones. En especial se han tratado en mayor medida cuestiones más ligadas con la Tradición Hermética y sus contenidos: Aritmosofía, la Cábala o el Tarot, Alquimia, Filosofía, Cosmogonía, Metafísica, etc., buscando el dejar de lado las religiones abrahámicas en cuanto tales y aun las Tradiciones orientales, aunque se dará cuenta de ellas en la medida en que sus temas son más conocidos en Occidente y con los que nos hallamos más familiarizados, teniendo en cuenta que este diccionario no pretende ser especialista en ellas –por ejemplo en la inmensa extensión de sus panteones (incluso el grecorromano)– y hay numerosas obras que las exponen en detalle. También hay que aclarar que siguiendo la costumbre y para facilitar su manejo se ha puesto en masculino lo que en realidad puede ser masculino-femenino, ejemplo: dioses. Asimismo en algunos casos se ha usado indistintamente el singular o el plural, ej.: bruja, brujas, metafísica, metafísicos y aun gnósticos o gnosticismo por gnosis, etc. Por último hay muchos casos de lugares donde se han hablado numerosas lenguas, en cada imperio, ej. bajo el náhuatl (mixtecos, zapotecos, etc.) o el quechua (aymara, mochica, etc.), y está señalado sólo el país principal actual de la civilización de ese imperio: México, Perú. En el caso de la maya (maya yucateco, quiché, cakchiquel, etc.), el lenguaje era más uniforme. Parece raro recurrir a una división política moderna pero no vemos una forma mejor de conducir al lector para que siga él investigando en estos pueblos, labor que ya no nos corresponde.

Es evidente y necesita de una explicación la ausencia de entradas referidas al Islam, teniendo en cuenta que Occidente –particularmente los herederos de los íberos– le debe a esta civilización tanto la filosofía griega y los números hindúes, como el calendario de origen caldeo con que medimos el tiempo, de los que fueron transmisores, y que han pasado al resto de Europa, América y lo que queda del mundo, así como muchísimos vocablos que hoy en día constituyen el castellano. Basten estas pocas palabras para señalar el auténtico respeto que tiene este autor por tamaña herencia. Y de inmediato debe darse cuenta de que no se trata de una cuestión religiosa, o política y muchísimo menos racial ya que este último caso sería un gruesísimo error y los dos primeros son inexistentes en mi pensamiento. Simplemente esta situación se refiere a que cada quien escribe sobre lo que sabe y el autor, salvo la lectura de Ibn el Arabi, de esa Tradición no conoce prácticamente nada y para poner unos pocos temas oídos o leídos de aquí y de allá hemos preferido no incluir esa religión a ponerla en inferioridad de condiciones respecto a los otros temas.(*) Cada cual transmite lo que sabe y con lo que está familiarizado, sin tratar de demostrar conocimientos que no posee. Tampoco tenemos sino apenas algunas extremo orientales, o sus derivados, y ni africanas o de las Islas del Pacífico, por la misma razón, o sea poca o casi ninguna familiaridad con sus símbolos y mitos.

Por otra parte, personalmente he recibido una influencia intelectual de René Guénon –que esperamos se note en las páginas de este diccionario–, el que si bien murió dentro de esa fe, apenas escribió sobre ella por motivos que nos son desconocidos.

Se notará también la ausencia de ciertos temas e incluso secciones enteras como las enciclopédicas (biografías), o que están en ciernes, no desarrolladas y que permanecen como embrionarias como es el caso citado, o las ciudades y centros espirituales, de los que se dan apenas unas muestras. Son temas que no hemos podido abarcar y por lo tanto desarrollar geográfica e históricamente.

Empero, hay bastantes referencias a la Tradición Precolombina que generalmente no es tratada en Europa y de la que no conocemos, por otra parte, ningún diccionario referido a ella.

Los símbolos son esencialmente un medio de enseñanza, y no sólo de enseñanza exterior, sino también de algo más, en tanto que deben servir sobre todo de «soporte» a la meditación, que es el comienzo de un trabajo interior; pero estos mismos símbolos, en tanto que elementos de los ritos y en razón de su carácter «no humano», son también «soportes» de la influencia espiritual misma. Por lo demás, si se reflexiona en que el trabajo interior sería ineficaz sin la acción o, si se prefiere, sin la colaboración de esta influencia espiritual, se podrá comprender por eso que la meditación sobre los símbolos toma ella misma, en algunas condiciones, el carácter de un verdadero rito, y de un rito que, esta vez, ya no confiere sólo la iniciación virtual, sino que permite alcanzar un grado más o menos avanzado de iniciación efectiva. (René Guénon, Aperturas a la Iniciación, cap. XXX: «Iniciación efectiva e Iniciación virtual»).

También en cuanto a los apartados masónicos, etc., de más está decir que estos ítems están tomados en relación con los símbolos y temas misteriosos e iniciáticos, que es la materia de la que se ocupan estos textos y no se pretende que cada uno de ellos sea un diccionario en sí. Tienen lugar aquí por la interrelación de los términos de que se trata y de su ligazón entre sí, que enlaza civilizaciones y culturas de distinta procedencia histórica y geográfica, y sólo su capacidad de transmisión de los temas de las diferentes Tradiciones y su valor simbólico es lo que los une y justifica su publicación de modo conjunto.

Pero es necesaria una advertencia tomada de los extractos herméticos de Estobeo (siglo V):

Evita las conversaciones con la multitud, pues más bien les resultarás ridículo, pues sólo lo igual se asocia con lo igual. En verdad estas palabras no tienen sino unos pocos oyentes y tal vez no tengan ni esos pocos.

Muchos diccionarios de símbolos son consultados de modo oracular y éste, tal vez, siga igual suerte, lo que he comprobado por la utilización que de él hacen mis amigos y alumnos.

Para finalizar estas líneas introductorias sólo quiero desearles la mayor ventura a quienes se adentren en la lectura de estos textos, esperanzado en que les puedan ser de alguna ayuda, incluso en su arbitrariedad.

Pese a que el autor ha escrito sobre símbolos y mitos y cree que éstos son actuantes –como creía Platón– y expresan otro nivel del intelecto ligado con los dioses, como asimismo libros sobre la historia del Hermetismo y la Cábala –e incluso ha publicado manuales sobre el tema, su historia, sus contenidos y antología de textos– y algunos otros como los dedicados a las utopías del Renacimiento y las Tradiciones Precolombinas, y aún más, sobre lo que se refiere a la simbólica de la construcción, o sea, al simbolismo masónico de todos los lugares y tiempos, considera que esta obra es simplemente literaria y que ése es el carácter que debe atribuírsele. El de la voz, cree, igualmente, que no ha sido otra cosa en su vida que un contador de sueños por su capacidad de soñar y de narrar lo soñado.

Estas características, piensa, son las únicas que posee y que ha potenciado siempre a través del amor a la lectura, la investigación y todo aquello que haya despertado su sed de conocimiento, excepción ésta mucho más cercana al hombre que su maltrecho punto de vista acerca de lo que desconoce o pretende encasillar, y que le permite acercarse al objeto de lo estudiado llevándolo más allá de toda intención o propósito descriptivo.

En todo caso no es desde un punto de vista erudito de donde emana esta obra y menos de la erudición por la erudición misma, la que está totalmente excluida de este diccionario.(**)

Pido al público sepa disculpar esta no conclusión del Diccionario. Esta obra todavía no está terminada, aunque no sé cuándo lo estará –de hecho es probable que nunca lo esté, y que obras de esta naturaleza no estarán nunca concluidas, y será muy difícil ponerle un punto final. Lo que acabo de decir no justifica tampoco esta edición incompleta que en una próxima corregida y aumentada podré subsanar.

Federico González Frías


(*) Sin embargo en el islam existe aún hoy una corriente, la de los sabeos, que veneran al profeta Idrish, que es una figura muy popular en esta religión y que es nada menos que nuestro Hermes, y del que en el libro Historia de la Filosofía Islámica, de Henry Corbin, se dice:

Es imposible citar aquí los títulos de las obras que figuran en la tradición hermética del Islam: tratados atribuidos a Hermes, a sus discípulos (Ostanés, Zósimo, etc.), traducciones (…) No obstante, es preciso mencionar de forma particular el título de dos grandes obras herméticas árabes: 1) El libro secreto de la Creación y técnica de la Naturaleza (sirr al-Khâlika) fue elaborado bajo el califa Mamûn (+218/833) por un musulmán anónimo que lo puso bajo la denominación de Apolonio de Tiana. Es el tratado que termina con la célebre «Tabla de Esmeralda», Tabula Smaragdina (debe relacionarse con el Libro de los tesoros, enciclopedia de ciencias naturales, redactada en la misma época por Job de Edesa, médico nestoriano de la corte abasida). 2) El objetivo del sabio (Ghayât al-Hakîm, erróneamente atribuido a Maslama Majrîtî +398/1007). Este tratado contiene, además de informaciones valiosísimas sobre las liturgias astrales de los sabeos, toda una enseñanza sobre la «Naturaleza Perfecta», atribuida a Sócrates. (…) La visión que Hermes tuvo de su Naturaleza Perfecta es comentada por Sohravardî, y después de él por toda la escuela ishrâqî, hasta Mollâ Sadrâ y los discípulos de sus discípulos.

(**) Merece destacarse de esta obra el acopio de imágenes que incluye: más de 800 ilustraciones de nuestro fondo iconográfico; algunas de ellas –las menos– han sido editadas en las publicaciones de mis libros y de otras obras, tal cual la Revista Symbolos (1991-2007) y muchas de las cuales se encuentran en nuestras páginas de internet. Sin embargo, hemos querido reproducir imágenes que no estaban en nuestros trabajos anteriores y así brindar al público un nuevo muestrario de ilustraciones referidas al tema. Pero en algunos casos no hemos dudado en reproducir la misma imagen ya que de lejos no hay otros grabados que sean más gráficos y se ajusten al temario.